El criterio de lo "interesante"
Lo que está ocurriendo es que mientras el artesano medieval, el hombre de genio del Renacimiento, o del barroco, el escritor realista, o el poeta surrealista esculpieron estatuas, pintaron cuadros o escribieron poemas, hoy, a nosotros, eso nos parece poco. Hoy producimos directamente "cultura": todos, grandes y mayores, a pequeña y a gran escala, a todas horas, en grandes cantidades y de todo tipo.
Mientras la oferta de "productos culturales" crece sin parar, parece que los criterios que en otras épocas sirvieron para ver, juzgar, seleccionar y elegir entre esa oferta (en el caso de las artes, criterios como los del gusto establecido, la correspondencia al canon, la belleza, la proporción, la perfección o la novedad) ya no están vigentes. El único criterio que parece estarlo es un: "es interesante".
La basura cultural
Parece evidente que producimos más de lo que podemos razonablemente "consumir", y que empezamos a no saber cómo deshacernos de lo que nos sobra y, sobre todo por qué elegir o deshacernos de algo en concreto y no de otra cosa. ¿Qué seleccionar? ¿Cómo elegir? ¿Qué hacer -dada la inflación de "cosas interesantes"- con los "excedentes"?
Y además, como todos preferimos el orden del pasado al caos del presente, las dificultades se acentúan cuando el "producto cultural" es nuevo, reciente, y no está incluido en los archivos de lo culturalmente valioso legados por la antigüedad o el pasado más reciente; cuando, por tanto, es un producto no legitimado por eso que Chesterton llamó "la democracia de los muertos": la tradición. Es decir, cuando pertenece a nuestro presente inmediato.
La inflación cultural a la que nos venimos refiriendo alude sobre todo a la abundancia de la oferta cultural contemporánea. Pero hay un sentido más amplio de la palabra "cultura", el referido a eso que hace humanos a los hombres, y que incluye siempre una visión de la vida, un ethos y unos símbolos sagrados comunes a cada grupo humano. Aquello a lo que se concede valor es considerado "sagrado", un "fin en sí mismo", algo "significativo", y aquello que no lo tiene es considerado "profano", un mero "medio", algo carente de significado propio. Lo primero tiene el derecho adquirido a ser honrado, conservado y transmitido a la siguiente generación. Lo segundo carece de sentido: se puede tirar.
Primacía de la novedad
Cuando -como en Occidente- el sistema de valores de una cultura incluye la preeminencia del juicio y la libertad individuales sobre las tradiciones, así como la creencia según la cual la característica esencial de la libertad individual es la creación, es decir, la novedad; cuando esa cultura incluye, por tanto, el distanciamiento crítico, la puesta en cuestión y la recreación continua del propio sistema cultural, entonces la escena del arrojar algo a la basura se complica enormemente.
En los últimos tiempos, además, la función cultural del Estado y los procedimientos de reproducción y transmisión de los signos -imágenes y palabras- incrementan el proceso y lo distribuyen en cantidades y dimensiones nunca soñadas, a velocidades de vértigo y lugares casi inauditos.
Una cultura así es, naturalmente, una cultura cuyas dos actividades esenciales son la de archivar (lo que se considera culturalmente valioso) y la de arrojar a la basura (lo que se considera desvalorizado y culturalmente inútil).
El subjetivismo estético
Cuando las llamadas "bellas artes" se hicieron autónomas respecto de la artesanía, lo decorativo, lo útil y lo agradable, quedó inaugurada la sensibilidad estética moderna: ésta nació "separando" los objetos bellos (una pintura, una escultura) de cualesquiera funciones en la vida (por ejemplo, la decoración o el culto). Eso respondía al influyente peso de la restrictiva idea según la cual es bello aquello que arroja un placer subjetivo como resultado de un modo peculiar (desinteresado, sin vistas a su posible utilidad) de experimentarlo.
Todo puede ser cultura
Esta idea restrictiva se expandió hasta conectar con un segundo proceso, el que se podría llamar "la indiferenciación de la conciencia estética y de la obra de arte": el proceso según el cual cualquier objeto puede ser enjuiciado estéticamente y considerado una obra de arte, o, por extensión, el proceso por el cual cualesquiera actitudes, objetos, productos, situaciones, vindicaciones, discursos, o, en general, signos, pueden ser considerados "culturalmente relevantes".
Hoy en dia casi todo tiene, "valor cultural", y ese valor debe ser reconocido, financiado, documentado y conservado.
El museo global
La idea de Duchamp fue que cualquier objeto podía empezar a adquirir identidad y existencia como obra de arte si era "situado" estratégicamente en el lugar adecuado: en el "mundo de las artes", en los espacios de la cultura. Un montón de basura en un basurero es un montón de basura. El mismo montón de basura en una galería de arte contemporáneo es algo manipulado, intervenido y representado con una intencionalidad artística, con el lenguaje indirecto del arte, y puede ser percibido "estéticamente" o considerado culturalmente interesante. Y así, de entre el inmenso réservoir de objetos que constituyen potenciales objetos de interés cultural cuando se los contempla exclusivamente como "objetos culturales", pasan a serlo efectivamente sólo aquellos que son situados estratégicamente en los espacios de la cultura.
Los espacios de la cultura se han banalizado en la misma medida que los lugares cotidianos se han sacralizado: la vida profana ha adquirido aspectos museales (piénsese en el fomento de proyectos bajo el lema "el arte en los espacios públicos"); y, mientras las calles florecen de "manifestaciones culturales", los museos están llenos de chatarra, desperdicios, montones de manteca, ropa vieja, papeles y restos de comida. Tampoco es inhabitual que las performances o happenings de no pocas galerías de arte contemporáneo consistan en escenificar en ellas lo que antes la gente hacía en la privacidad del baño de su casa, en la alcoba o en los servicios públicos.
Mientras la oferta de "productos culturales" crece sin parar y está omnipresente, los criterios que en otras épocas sirvieron para ver, juzgar, seleccionar y elegir entre esa oferta -para decidir entre el archivo y la basura- parecen no estar vigentes hoy.
El derecho a la diferencia
Hoy en dia, según parece, "todo vale" y, por tanto, el simple hecho de no hacer lo mismo que hace el de al lado -el simple hecho de ser diferente- ya disfruta de "interés cultural".
Ocurre que a finales del siglo XX, las únicas "instancias culturales" que no están legitimadas democráticamente son las religiones y las artes.
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